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Esta no es otra estúpida comedia romántica

Hoy puede ser el inicio de una bonita historia o solo un «continuará» más de mi serie de frustraciones. Yo, que no me resigno, pongo todo de mi parte para cambiar el rollo de esta película, de la que no me convence ni la trama ni el reparto. Mi casting ha sido siempre un desastre. Acumulo un puñado de actores secundarios que intentaron alcanzar el papel principal. Y eso en el mejor de los casos, porque los demás acaban por ser simples cameos que no se merecen ni siquiera mención en los créditos de mi vida. Si me apuras, solo sirven para el apartado de tomas falsas, excluido del metraje. Pero si fuera tan exigente, el largo se me quedaría en corto. Así que hago como todos: un poco de relleno por aquí y por allá para meterle minutos, a la espera del giro final que le dé un poco de sentido a este despropósito.

Busco un coprotagonista a la altura, que sepa transformar mi telefilm de mediodía en una comedia romántica de la gran pantalla. Quizá superficial y tópica, pero capaz de dejarme una sonrisa en los labios y una esperanza en mi corazón desgastado. ¡Tampoco pido tanto! Solo acabar con tanta tragicomedia, que no quiero encasillarme a esta altura de la película.

Y comienza la escena de siempre: chica conoce a chico. No hace falta mucho ensayo, porque los diálogos, ya tan repetidos, los suelto de carrerilla, con naturalidad y sin nervios. De tantas tablas que tengo, me permito alguna sutil improvisación para darle realismo. El guion avanza según lo previsto y a la toma siguiente ya estamos en el restaurante de rigor. Merezco premio a vestuario y maquillaje, porque en ellos se ha ido la mitad de mi presupuesto. Espero que mi partener lo sepa apreciar. Yo admiro su puesta en escena, tan perfeccionada que parece un galán de cine. El despliegue de medios es de tal magnitud que es irremediable acabar como acabamos: «¿En tu casa o en la mía?». Optamos por la mía, porque apuesto a que él no se ha esmerado en los decorados y arruinaría el momento. Yo, que llevo mucho metraje tirado a la basura, no escatimo en esos detalles y tengo el set preparado para pasar a la acción.

En los siguientes planos y contraplanos, él muestra sus efectos especiales, tan pretenciosos como huecos. A mí no me queda más remedio que exhibir mi gran capacidad interpretativa para dar el pego. Quizá he pecado de sobreactuada, pero me niego a repetir la toma. La cosa ha decaído, y nunca mejor dicho. Después de una escena tan forzada, esta historia, que apuntaba maneras, ya no hay quien la remonte. Si yo fuera el público, ahora mismo estaría tirando palomitas a la pantalla por semejante tomadura de pelo. Si lo llego a saber, ¡ceno en casa! No vuelvo a pagar para terminar viviendo otro bodrio.

Sin embargo, no aprendo. Tarde o temprano, me dejo deslumbrar por los trailers de los demás. Me replanteo si seré capaz de mejorar la dirección de mi vida y, así, concluir este rodaje que me trae de cabeza. ¡Lo mío sí que es amor al arte! Quién sabe si, algún día, mi empeño tendrá como recompensa un final feliz.

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